por Sebatián González
Hace unos días (tres semanas en realidad) murió Joe Frazier, el archienemigo de Muhammad Alí. Frazier era para Alí, lo que Lex Luthor era para Superman. O viceversa. Sólo que en esta ocasión es difícil precisar quién era el bueno y quien era el villano. Me gusta pensar en Frazier como el malo de la historia, como el irrespetuoso capaz de vencer al boxeador más grande de todos los tiempos.
Joe Frazier nació en California en 1944. Su infancia es un cliché más en la historia de los grandes boxeadores. De familia humilde, abandonó el colegio a los 13 años para trabajar en una carnicería, a los 16 años debido a su problema de sobrepeso comenzó a practicar boxeo donde rápidamente demostró sus buenas cualidades pugilísticas. Los demás es cronología: En 1969 se consagra campeón del mundo, titulo cedido por la confederación de boxeo tras vencer a Buster Mathis. Pero Frazier sabía que no sería reconocido como campeón hasta no vencer a quien era considerado el mayor boxeador de todos los tiempos: Muhammad Alí quien, por ese entonces, sufría una sanción moral y deportiva tras haberse negado a ser enviado a Vietnam. Frazier apeló a Richard Nixon para que la sanción fuera revocada. Finalmente (no por Frazier, por supuesto, sino porque habrán visto que era una sanción estúpida y habrán visto, también, en ese evento deportivo la manera de dopar al pueblo y al mundo del espanto Vietnam) la pelea se lleva a cabo 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York en donde Frazier se consagra ganador por puntos en lo que fue -según los críticos- la pelea del siglo. En 1974 volverían a encontrarse en el Square Garden y esta vez, a diferencia de la primera, la pelea se la lleva Alí por puntos.
El último combate que disputaron fue en 1975 en Filipinas en donde se la vuelve a llevar Alí, esta vez por abandono.
Después del combate Alí declaró nunca haber estado tan cerca de la muerte…
Y ahora Frazier murió y Alí dijo: hemos perdido a un gran campeón. Ahora le toca a Frazier ser el héroe, ahora que el mundo del boxeo lo recuerda y que los diarios imprimen su nombre. Estoy seguro de que Alí lo recordará con mucho cariño, porque es imposible no terminar tomándole afecto a un enemigo cuando éste ha sido un digno luchador.
Me pongo reflexivo y pienso en la importancia de poseer un enemigo real. Pienso, por ejemplo, que hubiera sido del Che Guevara sin Estados Unidos o de Modigliani sin el alcohol y sin el propio Modigliani. Todos necesitamos un patiño. Todos necesitamos un enemigo con quien sacarnos las pulgas. Si me dan a elegir prefiero un enemigo como Frazier: atlético, morocho, jovial; un enemigo que me permita ser héroe pero también villano cuando la situación lo amerite, un enemigo capaz de pelearme de igual a igual hasta el final de mis días.
Sólo una cosa quiero apuntar: Frazier murió olvidado en algún hospital de Filadelfia. Tuvo que morirse para que los diarios y la televisión vuelvan a corear su nombre. Así es la historia de los grandes hombres; cuando la gloria se apaga sólo la muerte es capaz de enarbolar su nombre y ponerlo en la primera plana de todos los diarios.
Hasta siempre, maestro.
Yo siempre recordaré el día en que Joe Frazier hizo tambalear el mito Alí. Siempre lo recodaré aunque ni siquiera haya tenido vida para recordarlo.