martes, 13 de diciembre de 2011

Hunter Thompson según Alex Gibney


por Sebastián González




Antes que nada debo aclarar: quisiera ser Hunter Thompson. Me gustaría vestir como vestía Hunter S. Thompson: pantalones cortos, visera verde, pistola. Me gustaría sacarme una foto disparándole a mi máquina de escribir enterrado hasta las rodillas en la nieve. Me gustaría consumir todas clases de drogas y meterme en los "Hell's angel" y vagar con los "Hell's angel" por todas las rutas (¿carreteras?) norteamericanas. Me gustaría presentarme para sheriff, escribir contra Nixon y pasar noches enteras atosigado de píldoras y pastillas para dormir.
Hunter Stockton Thompson  (1937 - 2005)

Hace unos días (o unas semanas) tuve la oportunidad de volver a ver en I-Sat el documental que realizó Alex Gibney acerca de la vida de Hunter Thompson. Dos cosas me impresionaron de ese documental. Uno: lo bien que le queda a Tom Wolfe el blanco. Dos: la falta que nos hace un tipo como Hunter Thompson en estos tiempos. Un tipo capaz de jugarse todo, de disparar palabras como dardos para dormir elefantes contra el gobierno estadounidense; un tipo capaz de hacer pasar las mentiras más grande como verdades absolutas; como la vez que inventó que el ex candidato a presidente Edmund Muskie consumía una droga alucinógena llamada "ibogaína" que se hacía inyectar periódicamente en una clínica brasileña. Eso era Thompson: un agitador, un tipo que escribía para contaminar, para afectar al sistema.

El comienzo de la película de Gibney es extraordinario: Thompson escribiendo en su máquina de escribir frente a una ventana; del otro lado de la ventana suceden cosas: marchas, revueltas, guerras, linchamientos televisivos. Es curioso porque siempre que leí a Hunter Thompson tuve la sensación de que Hunter escribía desde una trinchera; pero no desde una trinchera hemingwayniana, sino desde una trinchera urbana, hecha con neumáticos incendiados, rodeado por gases lacrimógenos.

La fuerza, la violencia de sus textos, no tiene comparación dentro de la literatura norteamericana; ni siquiera Bukowski ha podido retratar la decadencia mejor que Hunter Thompson.

Como la mayoría de los tipos de su genio, Hunter Thompson, terminó volándose la cabeza en su casa de Woody Creek, Colorado, allá por el 2005. Dejó una de las cartas más emotiva que he leído en mi vida y que no sería inútil transcribir aunque sea unos pequeños fragmentos. Dice: 

… Quiero descansar. Quiero que el humo de mi cigarro deje de molestarme en los ojos para no encenderlo más. Quiero pensar que todo esto de alguna manera valió la pena. No es por nada pero mi vida es una puta mierda. Así de simple. En el submundo de mis amigas drogas fui un ganador. El de los muertos vivos realmente no lo entiendo. No entiendo la forma de cómo se hacen las cosas que para bien o para mal, siempre te terminan jodiendo. Yo tomé el camino difícil. Ese en el cual las reglas no importan porque realmente no existen... No aguanto más…Lo siento los tengo que dejar. No les pido que me recuerden. Pero alguna vez enciendan un cigarrillo por mí y piensen como lo hice yo…

"Quiero descansar" como si intuyera lo que estaba por venir. Tal vez Hunter ya se sentía viejo y sin ánimos para enfrentar los embates del Tío Sam. "Quiero descansar" por otra parte, no es una expresión que cierre un círculo es -simplemente y eso es- una pasada de posta.
Todavía nadie ha sido capaz de recoger el guante que Hunter lanzó al aire hace seis años; por el bien del periodismo gonzo y de los amantes de este género, esperemos que el nuevo mesías llegue pronto. 

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